Tres en la carretera

¡Toc, toc! ¿Hay alguien ahí? Ya estoy de vuelta y muchas ganas de seguir escribiendo después de este breve parón.

La verdad es que necesitaba bajarme del mundo, parar y reconectar conmigo misma y con mi familia. Después de dos meses muy intensos, me sentía agotada, física y anímicamente, así que me ha venido bien salir de viaje para cargar las pilar y volver con energías renovadas.

Este año hemos pasado un invierno y una primavera bastante caserita y necesitábamos despegar los ojos de las pantallas por unos días y sumergirnos en la naturaleza para contemplar horizontes y bosques. Así que decidimos poner rumbo hacia el norte.

Después de valorar diferentes opciones acabamos en Cantabria, una comunidad que no conocíamos y que reunía los requisitos que buscábamos: vuelo directo, mucho verde, pueblitos, tranquilidad, mar y buena comida. Lo importante no era el dónde sino el qué y el cómo. Pasar unos días en familia, alejados de las rutinas y obligaciones, descubriendo juntos lugares desconocidos, disfrutando sin prisas y creando recuerdos familiares. Un roadtrip, a lo Thelma y Louise, pero con carabina en el asiento trasero.

Como nuestra hija ya tiene casi once años, viajar con ella es muy fácil ya que no tenemos problemas de horarios de comidas ni de sueño, así que es una más en el equipo. Mientras el wi-fi funcione bien en el alojamiento que escojamos, ¡todo irá sobre ruedas!

A mi viajar me sienta muy bien, ya que consigo desconectar y logro estar más presente, más conectada con todo lo que me rodea. Me gusta mucho viajar en familia ya que nos da la oportunidad para disfrutar a tope de nuestra hija y a ella de nosotros. Solos, los tres juntos, sin prisas ni distracciones.

Como a nosotros siempre nos ha encantado viajar, nuestra hija empezó a acompañarnos desde bebé. Su primer viaje internacional lo hizo con trece meses a Amsterdam, aunque, claro está, ella no recuerda nada ya que se pasó el viaje dormidita dentro de su saquito de forro polar pero nosotros sí. En aquellos viajes de bebé estábamos más limitados por sus horarios y comidas, pero la verdad es que siempre se adaptó muy bien. Pero nuestra primera gran aventura en familia, de la que ella si conserva recuerdos, fue hace cuatro años cuando viajamos a Francia. Durante catorce días visitamos París, recorrimos en coche la Bretaña y terminamos con un fin de fiesta en Disneyland París disfrutando con su cara de emoción. Fue un viaje precioso.

Yo siempre he considerado viajar no como un gasto sino como una gran inversión. El dinero gastado en un viaje no es dinero perdido, son recuerdos, experiencias, aprendizajes, vivencias… el mejor legado que podemos dejarle a nuestra hija y lo único que nos llevaremos puesto a la tumba cuando esto se acabe. Eso y las miles de fotos que he tomado en todos los viajes.

Hoy no les voy a contar acerca de los detalles del viaje a Cantabria y de nuestros rincones favoritos, que encontrarán por aquí, sino que quiero hablarles acerca del mero hecho de viajar y de como aprovecharlo como un tiempo de calidad para reconectar con tu pareja y familia.

Viajar nos hace abandonar nuestra zona de confort y eso siempre es bueno. Salir de nuestro entorno de seguridad hace que nuestros sentidos se agudicen y que seamos capaces de percibir las cosas que nos rodean de otra manera, estando mucho más receptivos. Cuando estamos fuera del marco de referencia en el que nos relacionamos habitualmente, las cuatro paredes de nuestra casa, las dinámicas cambian y favorecen la comunicación. Esto ayuda a la hora de viajar en familia, ya que podemos hablar de temas que nos interese tratar con nuestros hijos o nuestra pareja de una manera más distendida.

El tiempo también se expande, y de repente somos conscientes de lo que da de sí una hora, una mañana, un día entero, una semana… Mientras estamos sumidos en nuestra rutina hogareña las semanas se van volando porque estamos dispersos en múltiples actividades, sin embargo, cuando estás de viaje el tiempo se ralentiza, se expande, y un día da para mucho porque estamos más presentes, exprimiendo cada segundo. A quién no le ha pasado que cuando está de viaje y piensa en lo que he hecho la mañana del día anterior, le cuesta recordarlo porque parece que hace días que ocurrió.

Viajar también nos enseña a que necesitamos muy poco para ser felices. Hace años mi marido y yo viajamos durante un mes a Nueva Zelanda con una mochila para cada uno en la que teníamos que meter todo lo necesario para este largo viaje. Ese fue un gran ejercicio para darnos cuenta de lo poco que necesitábamos para vivir y lo liberador que es para la mente tener menos cosas y tener que tomar menos decisiones en el día a día.

A mi me gusta organizar el viaje a grandes rasgos, definir aquellos sitios que deberíamos visitar, pero dejarle hueco a todo aquello que podamos ir encontrándonos por el camino. Poder desviarte por una carretera secundaria y sorprenderte con lo que te encuentres o decidir sobre la marcha ir a darte un baño o pasear por un bosque. Creo que la espontaneidad en las decisiones hacen que el viaje sea más rico y que puedas ir adaptando tu plan inicial a los descubrimientos que vayas haciendo a través de las conversaciones con la gente que te encuentras en el camino o a lo que vaya apeteciendo.

Además para mi un viaje no es un viaje si no dejo algo por ver. Me encanta tener excusas para regresar, ya sea para seguir explorando o para revisitar algún lugar que me haya encantado. En la mayoría de los casos, sé que seguramente no volveré a esos lugares pero aún así me motiva dejar esa semilla plantada. A Cantabria tendremos que volver cuando nuestra hija ya tenga doce años para que la dejen entrar en alguno de los muchos balnearios que nos encontramos y para realizar una excursión de aventura en la Cueva del Soplao.

Cuando viajamos en familia tratamos de adaptar el programa y el ritmo a nuestra hija. Combinar actividades que le sean más entretenidas a ella, como visitar el zoo de Cabárceno o bañarse a la playa, con otras que nos apetezcan más a nosotros, como ir a un museo o dar un paseo por el bosque. Buscar el equilibrio para que todos estemos a gusto y el ambiente sea relajado.

Para mi viajar siempre es bueno, pero viajar juntos es mejor. Después de los viajes nuestra complicidad mejora, sentimos que nuestra hija madura y aprende cosas nuevas, y a mi me encanta observarla y seguir descubriendo el mundo a través de sus ojos, así que deseo poder explorar mucho mundo juntos.

Y a tí, ¿te gusta viajar en compañía o viajar solo?, ¿cómo planteas los viajes en familia ? Gracias por compartir tu opinión para que sigamos aprendiendo.

Y recuerda, la vida es un viaje, ¡disfrutémosla cada día!

4 comentarios sobre “Tres en la carretera

  1. Me encanta viajar en familia. Mis hijas son ya mayores, independientes y viven independientes. De todas formas, una vez al año y caiga quien caiga jajaj….. nos vamos los cuatro, de viaje, a algún lugar. Nos encanta, coincidimos en el gusto por la gastronomía y en la curiosidad por conocer, tenemos tiempo para hablar, disfrutar, reírnos, en fin…..es una buena experiencia, que recomiendo. Espero poder hacerlo muchas veces más.

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  2. Hola Patri. Yo viajo mañana a la Costa Brava y a Andorra en familia. Con mis padres, mis hermanos y mis dos sobrinos adolescentes, 15 y 18 años. Me encantan estos viajes, sobre todo porque, a pesar de momentos de desacuerdo o de indeciciones, me rió un montón y pasamos una semanita todos juntos. Una vez al año, como dice Nonó, se ha convertido ya en un clásico, el viaje familiar. Comenzó siendo el «finde familiar» y elegíamos algún hotel del sur de Tenerife para pasar 2 noches. Con eso nos conformábamos. Luego ya cuando los sobrinos fueron mayores, empezamos a viajar a la Península. A ver si cuadra algún viaje al extranjero en los próximos años. Besos.

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    1. Buen viaje, Mónica!!! La verdad es que las experiencias compartidas son lo que nos llevamos, así que a acumular muchas risas, desacuerdos y buenos momentos, para que le viaje se llene de recuerdos que conservemos por muchos años.

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